12.6.11

FMB - Edificio de Oficinas


Arq. Fernando Muro Barón.
Edifico de Oficinas.
Centro de Chiclayo. Perú.

* Las imágenes están en baja resolución ya que se trata de un trabajo remunerado y el único propósito al mostrarlas en elblog es enseñar una parte de nuestro trabajo, las originales pertenecen al cliente.

4.6.11

Dirk Lohan, nieto de Mies van der Rohe

Entrevista realizada el 18 de mayo de 2010 por Lluis Hortet -director de la Fundación Mies van der Rohe de Barcelona- y los arquitectos Xavier Costa y Miquel Adriá en la oficina del arquitecto Dirk Lohan en Chicago.


¿Cómo era su relación con Mies van der Rohe?

Durante siete años cenaba una vez a la semana con mi abuelo, los jueves, tenía cocinero los jueves. Estábamos solos. Fumaba. Largas conversaciones y de repente me decía que debería escribir una memoria de lo que hablábamos. “Soy muy perezoso”, me decía… “y que te parece si lo grabamos”, propuse, y accedió, así que me compré una flamante grabadora y empezamos a poner orden a sus recuerdos. Estas grabaciones están en los archivos del MoMA ahora. De hecho son la fuente principal del libro biográfico que escribió Frank Schulze.

Y ¿en qué idioma hablaba con su abuelo?

A veces en inglés y otras en alemán. Dependía. Es interesante, por que si hablamos de cosas en América o cotidianas, de su oficina donde yo trabajaba esos años, hablaba en inglés, pero cuando recordaba cosas del pasado, de Alemania, me hablaba en alemán. Descubrí que si bien él era conocido por ser muy taciturno, callado, lo que sucedía es que no sabía expresarse en inglés. Mies llegó a los cincuenta y dos años a Estados Unidos sin hablar inglés, y no lo llegó a hablar bien. En alemán en cambio, era muy parlanchín.

Así, ¿le habrá contado, en alemán, cómo se gestó el Pabellón de Barcelona?

Nunca me habló del concepto, sólo de la génesis, de cómo le llegó el encargo. Me contó que en algún momento de los años veinte un funcionario del gobierno lo invitó a desarrollar un pabellón, que se tenía que proyectar y construir con urgencia ya que los otros países participantes en la Exposición Internacional de Barcelona ya estaban muy adelantados. Mies recordaba lo único que se le ocurrió preguntarle al funcionario: ¿y qué es un pabellón?

Curiosamente su proyecto se convirtió en la esencia misma de lo que es un pabellón.

Mies estuvo directamente metido en el proyecto y la construcción. Lo tuvo que decidir todo sobre la marcha. Era un edificio temporal, y por ello los detalles dejaban mucho que desear. Ahora, en la reconstrucción los mejoraron mucho.

Le pidieron que incluyera algunos aspectos relevantes del país de origen. Y en lugar de incluir algunos símbolos mas reconocibles Mies incluyo los colores de la bandera. En el proceso de la reconstrucción, que participé como asesor, surgió un aspecto muy interesante. Siempre se partió de información fotográfica de la época y por tanto en blanco y negro, y nadie podía imaginar la potente fuerza del color. Pensábamos en blanco y negro y resulto ser mármol verde, ónix amarillo, travertino, etc. Cuando me mencionaron que se trataba de los colores de la bandera alemana no lo podía creer, nunca había pensado el pabellón a color. Y Mies nunca me lo había mencionado.

¿Como empezó su relación con Mies?

Yo estudié en los Estados Unidos, después obtuve un Master en Munich y regresé a Chicago para trabajar en el despacho de mi abuelo. Efectivamente era el padre de mi madre, era mi abuelo, pero no lo había casi conocido antes, no sabía gran cosa de él. Por eso me invitaba a cenar, para conocernos.

Lo había visto antes, en 1952, durante un viaje de Mies a Alemania en que visitó a mi madre. Yo tendría 14 años. Vivíamos en la Selva Negra y varios arquitectos locales se enteraron que Mies van der Rohe iba a venir y le pidieron a mi madre que organizara algo. Así que unos seis arquitectos alemanes se juntaron a comer con nosotros en un hermoso restaurante con servilletas y manteles de tela. Mies les contó -en alemán obviamente- lo que estaba haciendo en los Estados Unidos. Él siempre llevaba unos lápices en el bolsillo del saco y se puso a dibujar sobre el mantel. Me impresionó profundamente, a mis catorce años, que alguien pudiera hacer eso. Si eras arquitecto podías hacer aquello que siempre te habían dicho que no debías! Ahí decidí ser arquitecto.

¿Cómo era su oficina?

Siempre mantuvo una oficina pequeña, con unas treinta personas. Cuando tenía un proyecto importante como el Seagram o el Federal Center, se asociaba con despachos externos. Para el Dominion Center fue con un despacho canadiense. El proyecto conceptual era suyo pero los planos de desarrollo se hacían fuera.

¿Cómo era Mies como maestro?

Entré en la escuela de arquitectura cuando el era el director y no me tocó pues sólo daba clases con los mayores, cuando regresé a Chicago él ya no era el director y tampoco me tocó. Recuerdo que cuando estudié arquitectura aquí en el IIT de Chicago, un día que yo estaba en el taller de maquetas paso Mies por ahí y se quedó viendo que hacía hasta que me dijo Masterbuider, y se fue riendo.

Sin embargo tuve mucha relación con él en la oficina desarrollando proyectos. Fue una experiencia y un periodo muy interesante. Los detalles que dibujábamos en la oficina se hacían como creíamos que quería Mies, repitiendo los anteriores, pero cuando le preguntaba, él sugería otras soluciones, quería cambiarlos. Tuve la suerte de hablar frecuentemente con él. Por ejemplo, en la Galería Nacional la cubierta es una retícula de acero que quedo a la vista, en cambio en otros anteriores siempre hay un plafón colgado. En este caso, mientras hacíamos la maqueta en la oficina, llegó Mies con casi ochenta años y decidió dejarlo así.

¿Estuvo muy involucrado en la Galería Nacional de Berlín?

Efectivamente, a mi me tocó hacer frecuentes viajes y los dibujos arquitectónicos. Se terminó en 1968, yo era muy joven. En la inauguración tenía menos de 30 años y todos los demás involucrados tenían veinte años más. Cuando me preguntaban la edad mentía y me añadía unos más.

También participó en la restauración de la casa Farnswoth.

Si, dos veces. Fue mas fácil que el pabellón de Barcelona. La construcción ahí estaba, los materiales ahí estaban, solo que se habían dañado por la inundación. Tuve la oportunidad de incorporar algunas mejoras, como por ejemplo en la chimenea. Como sabemos, lo bueno para una chimenea es que tenga tiro, que sea alta, sin embargo en la casa Farnswoth queda oculta y la casa es muy plana, sin chimenea visible, que no habría sido aceptable para Mies y consecuentemente no funcionaba bien, se llenaba de humo. Cuando la compró Sir Peter Palumbo comprobamos que mi abuelo no tenía ni idea de cómo hacer una chimenea, así que se me ocurrió incorporar una pieza sólida de travertino que protegía sutilmente las brasas y la leña del aire cruzado. Y resultó!

También hice el mobiliario, la cama, la mesa, donde puedes poner algunas revisas y libros colgadas de los extremos. Cosas que hice cuando Mies ya no estaba. Eso era por los setentas.

¿Cómo se siente siendo arquitecto y habiendo estado tan involucrado en alguna obras maestras de Mies como la casa Farnsworth o la Galería Nacional, a la hora de definir su propia obra, su propio sello personal?

He construido muchos edificios y siempre he procurado conservar la esencia de lo que mi abuelo me enseñó sin repetirlo, sin copiarlo. Uno de los aspectos que más se ha criticado de la obra de Mies es que es muy fría, muy intelectual, poco cómoda. Yo he tratado de humanizar la modernidad de Mies, haciéndola más amigable, más calida, con materiales y colores más cercanos al usuario.

Recuerdo que cuando regresé de Munich en la oficina de Mies se hacían edificios con fachadas de un solo vidrio, mientras que en Alemania ya era todo con doble cristal, atendiendo al aislamiento. Cuando le dije a Mies su respuesta fue…”ya sabes Dirk, aquí en América sólo tenemos que calentar un poco más”. No le preocupaba el ahorro energético.

Si en su trabajo trata de no ser tan frío, ¿qué procura conservar del abuelo?

Creo que aprendí el valor de la simplicidad y de la integridad. Lo que importa es mantener una idea consistente en la arquitectura. Mis edificios no se reconocen como de Mies, son míos, pero algo hay de lo que me enseñó. Cuando gané el concurso para las oficinas de MacDonalds el director me dijo que me contrataba no por que quisiera un diseño de Mies sino de Lohan. Eso me dio libertad, pues entendí que no tenia que tratar de reproducir los proyectos de mi abuelo, pero siempre debía conservar la esencia. A su vez, trato de ser responsable con el contexto, con las condiciones preexistentes. Algo muy poco americano.

A veces se relaciona la obra de Mies con la de los clásicos griegos, la arquitectura japonesa o con Karl Friedrich Schinkel ¿le hablaba de sus referencias?

Hablaba de su juventud. Pero no me mencionó mucho de sus referencias. Él era un pensador. Leía filosofía y tratados científicos. Leía a Heidegger por ejemplo. No leía novelas. Mies era una arquitecto filósofo. Sentado, fumaba. Siempre fumó. No llevaba libreta no hacía apuntes, no tomaba fotos, ni conducía.

Tampoco Louis Kahn manejaba.

Efectivamente, en una ocasión viajé con mi abuelo y Kahn para ir a un evento, cuando los Kennedy buscaban su candidato para hacer su biblioteca, que finalmente ganó I.M.Pei. Y ninguno conducía. Cuando estaban juntos hablaban de lugares y costumbres de su pasado.

¿A qué otros colegas veía, que le gustaba hacer?

Mies era bien querido aquí entre la comunidad de arquitectos. Fue bien recibido por Wright cuando llegó a los Estados Unidos, aunque después se truncó la relación. Con Gropius tampoco mantuvo la relación iniciada años antes en la Bauhaus. De la época alemana sólo se veía con Ludwig Hilberseimer. Durante la construcción del edificio Seagram la amistad con Philip Johnson fue muy intensa y con Phyllis Lambert siempre mantuvo buena relación.

Le gustaba viajar. Iba a Arizona un par de veces al año. A Europa iba seguido. No era del tipo de turista inquieto que quiere conocer todas las iglesias y museos. Quería llegar e instalarse en un buen lugar, sentarse y ver las montañas, día tras día. Él era del tipo de gente que le gustaba estar. No le gustaba andar arriba y abajo. Cuando viajaba quería llegar. Instalarse. En Chicago siempre vivió en el mismo departamento y nunca se mudó. No quería vivir en su edificio de Lake Shore Drive pues le angustiaba la idea de que cualquier vecino en el elevador le pudiera decir que algo no funcionaba.

En Berlín, uno de sus últimos viajes ya con silla de ruedas, no estaba en condiciones de ir a la obra, y después de diez días seguidos sin moverse de casa -y yo yendo y viniendo a la obra- le pregunté si quería que regresáramos a Chicago. ¿No te aburres sentado sin moverte de esta habitación?

Y me dijo: “¿Qué quieres decir? ¡Estoy trabajando!”… Así era él.


*Este artículo llega gracias a Arquine y a uno de nuestros seguidores.

Fuente: www.arquine.com